Viajar a Birmania, uno de los países más hermosos del sudeste asiático y gobernado con mano de hierro por una dictadura militar desde 1962, se ha convertido en una suerte de dilema moral. Hay quien piensa que lo mejor es boicotear el turismo a Birmania, ya que los ingresos que se generan van a parar fundamentalmente a las arcas del gobierno que controla las principales empresas turísticas del país, prolongando así el sufrimiento de una población oprimida.
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