Los gritos que salen de la clínica ponen los pelos de punta a cualquiera. Parece que fueran matando uno a uno a quienes entran allí. "La inyección es muy dolorosa", justifica la doctora Fruzan Ahmedi con una jeringuilla en la mano, preparada para clavarla en el próximo paciente aquejado de lo mismo: leishmaniasis. Una enfermedad que en Occidente suena 'a chino' (aunque es una zoonosis que puede afectar a los perros), pero que en Afganistán está ampliamente extendida.
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